Dra. Eva Marcuschamer Stavchansky
Los que me han escuchado antes, saben que nombro como Alejandra o Alejandro algunos de mis pacientes que he presentado en casos clínicos para algún congreso, esto en memoria de mi querido maestro Armando Barriguete que me decía, no hay Alejandro bueno. Es simplemente una herencia amorosa personal por lo que espero que ningún Alejandro presente se sienta aludido.
Los padres de Alejandro llegaron a consultar conmigo sobre su hijo hace muchos años, casi al inicio de mi práctica clínica, donde mi interés por aprender sorteaba algunas barreras técnicas, y sobre todo pasó en este caso que mi supervisor el Dr. Carlos Moguillansky de APDEBA me urgió a interrumpir porque la perversión ya se había instalado en la situación analítica cuando ya era claro que los padres de Alejandro no pensaban pagar por ningún intento de recuperación emocional de su hijo.
Llegaron, como en aquel entonces me pasaba con frecuencia, por una problemática de Orientación Vocacional. Ambos padres estaban muy preocupados porque Alejandro llevaba siete años intentando terminar la preparatoria de distintas instituciones y en diversas modalidades. En aquel momento se encontraba en la preparatoria abierta de una escuela patito que tenía fama de entregar certificados sin mucho esfuerzo. Sin embargo, no parecía ser el caso en Alejandro, por lo que la madre estaba dispuesta a usar la influencia política de su marido para sacarle el certificado de prepararoria entonces necesitaban que yo le ayudara a Alejandro a decidir que estudiar, pues evidentemente para la madre de Alejandro, no era importante entender cuales eran las causas de que su hijo no podía aprobar los exámenes, sino sacarlo de la humillación de los cambios de institución y su incapacidad de pasar de grado y centrarnos los tres en el futuro académico de Alejandro. Simultaneamente, el padre se negaba a conseguirle un título, no porque esto fuera amoral, anti ético o antisocial, sino porque su rabia hacia Alejandro era tan intensa que no quería ayudarlo de ninguna manera posible.
Mi primera intervención fue decirles a los padres que yo vería a Alejandro siempre y cuando no le compraran un título y me dieran la oportunidad de conocerlo y comprender cuales eran sus limitaciones emocionales o intelectuales para terminar de estudiar la preparatoria. Si alguno de ellos se atrevía a comprarle su certificado de preparatoria yo abandonaría el caso. La mamá de Alejandro peleó conmigo para que no me opusiera, hasta que le hice ver que su forma de ayudar a Alejandro lo perjudicaba porque le estaba enseñando a mentir, a no seguir las reglas, a usar influencias para conseguir favores, además de decirle y considerarlo estúpido para estudiar o alcanzar una meta con sus propios recursos. El papá de Alejandro estaba tan rabioso que mas que por infringir las reglas no estaba dispuesto a darle a su hijo nada. Aceptar un tratamiento para Alejandro venía de la insistencia de la analista de la madre, sin convicción de ayuda emocional de ninguno de los padres.
Como Alejandro contaba con 25 años cuando llegó a consulta no me entretuve en muchas entrevistas previas con los padres y me fui directamente a una entrevista con él. Me encontré con un chico muy alto y velludo que simulaba tener más edad, fornido, con sus músculos ejercitados, era como ver un niño atrapado en un cuerpo de un adulto. Ni en su voz, ni en sus gestos, ni en su forma de hablar o conducirse y mucho menos pensar o hilar su discurso parecía un hombre de su edad. Mi primera impresión fue de una psicosis encapsulada, no podría decirles porqué exactamente, porque en ese entonces no había leído lo que sé ahora. Sin títulos para continuar con el esquema de Alejandro, no lograba ubicarlo en ninguna etapa de vida. Llegó convencido que su papá le iba a conseguir su certificado de prepa y que quería platicar conmigo qué iba a estudiar en el futuro. Le dije que yo no iba a tratarlo de ser así, que consideraba que si no sacaba la preparatoria con su esfuerzo no podíamos suponer que iba a entrar a la universidad y obtener un grado académico. Aceptó mis argumentos con una obediencia que me pareció extraña.
La madre, me pidió una entrevista, en la que vino sola y desesperada me contó la violencia que el padre ejercía en Alejandro su hijo mayor y tan deseado en ella. Después de Alejandro le seguían otros dos hijos un hombre y una mujer consecutivamente, ambos profesionistas o a punto de serlo y por cierto bastante brillantes en lo académico. La mamá me contó que cada que Alejandro venía con malas calificaciones o no lo miraba a ver cuando le hablaba le pegaba, en una ocasión se enfureció tanto que lo golpeó en la cara terminando en el hospital para colocarle un pómulo de platino. Alejandro prefería no comer en la mesa porque temía los arranques de ira de su padre, pero no estaba excusado de faltar a la mesa, así que si no se sentaba correctamente le podía aventar un vaso, un cubierto, o pararse a quitarle la silla para que se desplomara. Me sorprendía un poco al imaginarme estos eventos siendo Alejandro un chico muy corpulento, fuerte y de aproximadamente un metro ochenta de estatura. Me platicó también que Alejandro era muy buen “niño”, la acompañaba todo el tiempo y era obediente con ella, se querían mucho y ella necesitaba protegerlo de este padre maltratador. Ella había intentado interceder en algunas ocasiones pero todas eran infructuosas porque ella salía regañada y muy asustada de provocarle más ira a su esposo. En esa entrevista aproveché para platicar con la madre sobre un tratamiento psicoterapéutico, con mucho tacto le dije que me parecía que yo veía más un problema emocional que le había impedido a Alejandro primero, seguir estudiando y después tener una vida normal para un chico de su edad sin amigos, sin vida social, pegado a la madre o al televisor. Pareció estar de acuerdo con mi diagnóstico de una detención en el desarrollo y aproveché para pedirle que viniera tres veces a la semana para poder entender mejor que lo tenía así.
Me gustaría ponerles algunas viñetas de Alejandro en estos momentos, pero era muy poco coherente lo que me decía, era claro que hablaba desde la omnipotencia infantil y me mostraba sus deseos de ser un gran algo que no podía nombrar. Me decía que si tenía amigos aunque no los veía casi nunca, que le costaba mucho trabajo estudiar pero no podía decirme por qué, quería que su papá se sintiera orgulloso de él pero no sabía cómo.
Un día me llamó el padre muy alarmado solicitando una cita. Vinieron ambos y me relató el padre esta historia: “Llegue a mi casa sin coche porque lo llevé al taller, y me subí a mi recámara a recostarme un rato. Pensé que no había nadie en casa cuando vi entrar a mi cuarto a Alejandro semi desnudo, con pañal, un babero, un biberón con leche en la mano y un chupón en la boca. La imagen fue tan espantosa que le grite y lo golpee y le ordené que inmediatamente fuera a cambiarse”.
Cuando llegó Alejandro a la siguiente cita empecé la sesión diciéndole que sus padres habían venido muy alarmados a contarme este hecho que le relaté con todo detalle y le pregunté que si quería hablar de ello. Admitió que desde hacía mucho tiempo, cree que desde que nació su segundo hermano, le robaba los pañales a su hermano para ponérselos, no recordaba si alguna vez había abandonado esa costumbre pero cuando estaba solo en casa, se ponía un pañal, un babero, y llenaba una mamila con leche y jugaba a que era bebé. Disfrutaba mucho hacerse orinarse y defecar en el pañal y después sigilosamente y antes de que la familia llegara se cambiaba. El intuía que estaba mal, pero era algo muy placentero me explicaba. A partir de ahí empezó a llegar a la sesión con pantalón de casimir y un pañal abajo que rechinaba cuando el caminaba. No era difícil imaginar que lo traía puesto. También traía consigo una botella de un litro y medio de agua, me imagino que para orinarse mientras platicaba conmigo.
Cuidadosamente fui indagando su fantasía alrededor de todo este ritual cotidiano. Me dijo que cuando pudiera conseguir un trabajo se iría a vivir a un departamento y contratar a una enfermera que le limpiara y le cambiara los pañales cada vez que fuera necesario. Eso significaba haber alcanzado el paraíso, era lo único que realmente aspiraba. Y bueno, si podían ser dos enfermeras mejor.
Después de este incidente el padre evitaba pagarme, le hablaba, le insistía pero todas mis llamadas eran infructuosas porque me decía que me mandaba el dinero, que le iban a depositar, que el gobierno del estado por el que estaba trabajando le había retrasado los pagos, pero prometía tan pronto eso sucediera me pagaría para estar al corriente. Me aseguraba convincentemente que me iba a pagar que no tenía que preocuparme de eso. Yo intuía acertadamente que no me pagaría pero quería comprender más la patología de Alejandro, necesitaba yo escuchar más, hasta que comprendí que me había convertido en el espectador de un voyerista y paré el tratamiento.