Dra. Eva Marcuschamer Stavchansky
Nacemos con el deseo de comprender, la sed de conocimiento y el deseo sexual, y es en los brazos de la madre y todos los personajes que la rodean que vamos adquiriendo inconsciente y paulatinamente este saber. Lo interesante es que algunos años después, al entrar a la adolescencia, ya estamos lo suficientemente confundidos entre lo que sabemos, lo que deseamos y lo que somos. ¿Qué pasó entre el día que nacimos fuertemente agitados por el instinto de sobrevivencia y el momento en que entramos a la adolescencia perturbados, enojados, odiosos y odiando?
Pasó la vida….
Abrimos los ojos, mamá nos tocó el cuerpo, lo colmó de caricias, de besos y de apretones y se convirtió en la mujer más hermosa del universo. Nacemos con los afectos necesarios para sobrevivir: dolor y placer expresados a través del llanto o la sonrisa. Nos sirven para comunicar el hambre, el sueño, la incomodidad. Para cuando llegamos a los tres años aproximadamente, un hombre (llámese padre, tío, novio o concubino de mamá) nos prohibió a esa misma mujer que pensábamos nuestra para siempre. Y surgieron en nosotros los afectos más complejos como la envidia, la vergüenza, la culpa que se vinculan predominantemente a la socialización.
El proceso de socialización, que inicia dentro de la familia y continua en la escuela, va formando nuestro carácter y va modificando la naturaleza humana para adaptarla a las normas sociales. Los dolores infantiles universales: angustia de separación, miedo al abandono y dolor que supone competir por el amor (primero de mamá y después de alguien más) se van a pensar, manejar o resolver de acuerdo a la sociedad donde nos tocó nacer. Y nuestra personalidad se va a formar a partir de cómo aprendemos a lidiar con estos asuntos.
Entramos a la escuela para ingresar a la sociedad que nos confirió el azar del código postal. La escuela se instauró para brindar todo tipo de conocimiento: sexual, histórico, universal, testimonial, geográfico, etcétera. Algunas preguntas nos fueron contestadas, otras ignoradas y otras cuestionadas. Estar ávido de saber podía ser una cualidad o un dolor de cabeza para el otro; dependiendo de la escuela, y por lo tanto, del círculo social y cultural que nos rodeaba en ese momento. Examinar a las personas como individuos nos permite ver el estado de la sociedad.
Y así, un buen día despertamos con las características sexuales secundarias desarrolladas: pechos, testículos y vello púbico, sorpresivamente llegaron las poluciones nocturnas y los afectos se exacerbaron y complejizaron: envidia, celos, rabia, amor, odio, confusión, etcétera. Muchos de estos afectos están relacionados con el duelo por el cuerpo infantil, el duelo por la pérdida de la omnipotencia, el duelo por el quebranto de la inocencia. Estos dolores se pueden resolver o no, dependerá del grado de evolución de nuestra inteligencia emocional que se obtiene del ambiente y se consolida gracias a las experiencias personales.
Hoy, 2012, los psicoanalistas vemos en el consultorio personas crónicamente aburridas, apáticas, con problemas en sus relaciones, que se quejan de insatisfacción y de una existencia sin propósito. Estas personas se relacionan con otras superficialmente, parecen incapaces para experimentar pérdidas o para mantener una relación íntima y afectiva. Encontramos más promiscuidad que cuidado por el otro, más vacío y terror que tranquilidad y armonía, más odio que amor.
Y por ello el psicoanálisis debe de salir del consultorio para ofrecer conocimiento sobre el dolor, porque es hoy lo que más abunda entre nosotros. Dolor y desesperanza porque no hay trabajo, porque no encontramos pareja, porque ningún adelanto tecnológico podrá estimular o sustituir la atracción interhumana y la consumación de los actos de amor. Porque a pesar de que aumentan las formas de comunicación cibernética, disminuyen nuestras habilidades para comunicar nuestros afectos. Los emoticons han remplazado a las palabras. Y vemos a tantas personas buscando compañía porque se sienten solos y que no han tenido la oportunidad de aprender y practicar sus habilidades sociales, por lo que a veces se les hace tan difícil mantener una conversación cara a cara.
De aquí la idea de crear un espacio que hable de lo que le duele al niño, al adolescente, al adulto, a las mujeres y a los hombres, a México.