El amor es tanto más auténtico cuando nace de la simpatía y no del deseo, porque sólo así no deja heridas. Durrell
Freud (1922) primero formuló el mecanismo de los celos patológicos en el caso Schreber y posteriormente lo elaboró en su artículo “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”. Sin embargo, primero hace una valiosa aportación sobre los celos normales para su distinción:
“…en lo esencial están compuestos por el duelo, el dolor por el objeto de amor que se cree perdido y por la frente narcisista, en la medida que ésta pueda distinguirse de las otras; además, por sentimientos de hostilidad hacía los rivales que han sido preferidos y por un monto mayor o menor de autocrítica, que quiere hacer responsable al yo propio por la pérdida del amor. Estos celos… arraigan en el profundo del inconsciente, retoman las más tempranas mociones de la afectividad infantil y brotan del Complejo de Edipo o de los hermanos del primer periodo sexual”
Este mismo autor, escribió que la infidelidad o el impulso a cometerla reactivan los celos de segundo grado o celos proyectados. Este deseo a cometer la infidelidad puede ser un pasaje al acto o mantenerse reprimido en el inconsciente. En la pareja de casados, nos dice el padre del psicoanálisis, la fidelidad exigida tiene que vencer múltiples obstáculos, como por ejemplo, que otra persona te parezca atractiva sexualmente:
“…aquellos que niegan experimentar tales tentaciones sienten tan enérgicamente su presión que suelen acudir a un mecanismo inconsciente para aliviarla y alcanzan tal alivio e incluso una absolución completa por parte de su conciencia moral, proyectando sus propios impulsos a la infidelidad sobre la persona a quien deben guardarla…”
Estos celos tienen como contenido inconsciente la fantasía de la propia infidelidad, esto se traduce en un ligero flirteo de ambos cónyuges, lo que equivale, según Freud, al retorno a la fidelidad. Estos ligeros avances a la infidelidad protegen a la pareja contra el pasaje al acto pues generan los celos que llevan a su vez a la valoración del otro miembro de la pareja. Así, el deseo por un objeto ajeno es satisfecho en el objeto propio. Mientras que los celos delirantes, o del tercer tipo, también encubren la propia infidelidad pero con un objeto del mismo sexo, es decir, homosexual.
Muchos otros a partir de Freud han hecho interesantes aportaciones a la comprensión de los celos. A continuación ofreceremos distintas opiniones complementarias que permiten mostrarnos los mecanismos intrapsíquicos que intervienen en la génesis de los celos enfermos cuyo abordaje varía de acuerdo de los distintos marcos teóricos.
Los celos son una experiencia universal, es la característica más primitiva tanto para los humanos como para los mamíferos. Los celos, en un sinnúmero de circunstancias están relacionados al sentimiento de invalidez que vive el infante durante el periodo de amamantamiento.
Fenichel (1935) dice que la diferencia entre celos patológicos y celos normales es similar a la diferencia entre duelo y melancolía. A diferencia de la envidia, la experiencia de los celos involucra a tres personas. Es posible hipotetizar sobre sus orígenes al momento en que el niño adquiere la habilidad de distinguir a las personas a su alrededor. El tiempo en el que puede distinguir a su self del de los demás, establecer cierto grado de constancia objetal y tener ciertas representaciones del self y del objeto.
La intrusión de una tercera persona a la diada madre e hijo ya sea el padre, los hermanos o cualquier otro es inevitable. Por ello, todos los niños conocen el sentimiento de celos tan pronto como su Yo permita su conceptualización. Los psicoanalistas tienden a pensar que la existencia de los celos infantiles en la vida adulta pueden producir la monogamia, mientras el conflicto edípico la hace difícil de mantener (Horney, 1928).
De acuerdo con Fenichel (1935) este tipo de conducta en la persona ofrece una ventaja económica a la libido. Desde el punto de vista psicoanalítico se ha puesto muy poca atención a las diferencias a los síndromes clínicos de los celos. Sin embargo, los elementos intrapsíquicos de la celotipia continúan siendo un reto intelectual entre los estudiosos del tema.
Al respecto, Waelder, (1951) dice que los celos proyectados se derivan tanto en el hombre como en la mujer de su propia infidelidad, de sus propios impulsos que han sucumbido a la represión. Cotidianamente nos damos cuenta que la fidelidad que se requiere en el matrimonio se pone a prueba diariamente con la tentación del otro. Cualquiera que niegue esta afirmación se verá impulsado hacia la infidelidad haciendo uso del mecanismo inconsciente de mitigación, la consciencia queda absuelta al proyectar los propios impulsos de infidelidad en su pareja.
La urgencia a la infidelidad es negada, esto hace presión en la consciencia que se traduce como sentimientos de intranquilidad. Para librarse de este sentimiento, la persona le coloca actitudes que “cree” observar en su pareja infiriendo que tiene una gran tentación a cometer adulterio. Así, la proyección más que ser una respuesta primaria, se convierte en un mecanismo complejo cuyos ingredientes son la negación de las urgencias propias, el deseo de desplazar la culpa y la exageración de cualquier actitud observada.
Al respecto, Fenichel (1935) advierte que en este tipo de personalidades celosas o compulsivamente infieles la pérdida del amor o la búsqueda tienen que ver con la aspiración a poseer un objeto parcial para incorporarlo oralmente. Esto está relacionado con una fantasía de robo hacia la madre. En términos kleinianos la fantasía de robo tiene relación con los contenidos internos del cuerpo materno, es decir, su capacidad nutricia, reproductiva y creativa. Como dicen Riviere y Fenichel (1935) las fijaciones orales juegan un papel importante en el desarrollo en los celos patológicos.
Para Stoller (1975) los celos son una experiencia de aprehensión, ansiedad, suspicacia o desconfianza ante la pérdida de algo valioso, puede ser una persona o su amor. Cuando están asociados a una pareja sexual, los celos pueden involucrar sentimientos de posesividad hacia la persona o su afecto como un objeto valioso. Generalmente aparecen ante la existencia de rivalidad con una tercera persona, aquel que padece de celos se siente atemorizado de la intrusión que ésta pueda cometer dentro de su relación amorosa.
Pao (1969, citado por Pierloot, 1988) nos dice que los celos patológicos pueden ser comprendidos como un estado yoico persistente que se instala debido a conflictos desencadenados por impulsos homosexuales y sádicos orales, incluyendo aquellos que se encuentran dentro del narcisismo y la melancolía. Esto concuerda con lo que dice Schmideberg (1953, citado por Pierloot 1988): tanto los factores orales, anales y genitales contribuyen a los sentimientos de celos.
Para Glover (1949), por ejemplo, algunos componentes de los celos pueden ser los siguientes:
- La envidia: la envidia es un componente de los celos, es parte de una relación triangular y se presenta cuando la persona celosa siente que no sólo tiene que cuidarse ante la pérdida del objeto, sino que ya lo ha perdido. Si este es el caso, el rival es envidiado por poseer a la mujer o por sus habilidades de amante. Es importante mencionar que al hablar de objeto perdido este autor se refiere a un objeto parcial.
- El deseo de ser como el otro, de emularlo, no está presente en los celos. Metapsicológicamente este sentimiento está conectado con la identificación y la idealización que puede estar al servicio de una función adaptativa para poder manejar el enojo o una herida narcisista.
- La herida narcisista probablemente es la misma tanto en los celos como en la envidia, sin embargo, en los celos hay mayor conciencia de la culpa y de haber fallado.
- Hay mayor enojo en los celos que en la envidia.
- El extrañamiento por la posesión del objeto ocurre en ambos estados, pero en el caso de los celos existe también un elemento de pérdida.
Hay otros autores que piensan que la persona celosa necesita a su pareja como un objeto que le ayude a preservar su autoestima. Lagache (1947, citado por Pierloot 1988) describe el amor de una persona celosa como un amor cautivo contrastado con un amor desprendido. El primero quiere poseer y asimilar a su pareja, el deseo es insaciable y la pareja siempre es experimentada como un objeto amoroso rechazante. Introducir un rival ofrece la posibilidad de una honorable explicación para el rechazo.
Moulton (1977) afirma que los hombres que se casan con mujeres que tienen una carrera profesional estable aparecen externamente orgullosos de ellas pero de alguna manera dependen de la fuerza femenina para relevarlos de la responsabilidad de ser el que lleva a casa el sustento. Muchos hombres no son conscientes de su gran necesidad de tener una madre confiable y fuerte junto a ellos.
Esto sólo se vuelve aparente cuando la esposa se convierte en una persona muy exitosa, demasiado ocupada, ganando mucho dinero e incluso siendo una ayuda financiera para alcanzar los logros familiares. Si el esposo niega su independencia se convierte en una persona llena de celos y muy competitiva con su esposa, ella puede, entonces, sentirse que no es amada y puede usar su fuerza en contra de él en lugar de con él o a favor de la unidad familiar (Ibíd.).
Pierloot (1988) afirma que hay algunas personas que buscan constantemente la confirmación a sus sospechas de que su pareja le es infiel. Su conducta está basada en una convicción interna, independiente de cualquier posible argumento o elementos de la realidad. Hacen titánicos esfuerzos para provocar la suspicacia del otro. Atormentan a su pareja para obligarla a confesar su infidelidad. Haciendo arreglos especiales, incluso tratan de empujar a su pareja a la infidelidad. La persona parece necesitar vivir esta situación incomoda y dolorosa.
Por ello, este autor señala que los celos son un estado emocional provocado por la idea que otra persona ha tomado un objeto, como regla, un objeto amoroso, que por derecho pertenece a un individuo, o por lo menos que uno tiene que compartir ese objeto con otra persona.
Hay autores que apuntan (Fisher, 1974; Lobsenz, 1977) que los celos no tienen una función práctica ya que son considerados como una reacción poco actual que surge desde un déficit en la autoestima así como también por un inapropiado deseo de controlar la conducta de la pareja. Sin embargo, independientemente del decline de las relaciones monogámicas en nuestras sociedades contemporáneas, Mullen (1991) insiste que los celos aun tienen relevancia social y significado interpersonal ya que por lo general son una respuesta a la infidelidad, que tiene una dimensión moral.
En cuanto a las estrategias que existen para tolerar los celos con la pareja infiel Sinclair (1993) considera que hay tres áreas básicas para analizar:
1. El sentimiento ambivalente hacia la pareja infiel que toma la forma de hostilidad ante la ruptura; hacer todo lo posible para una reconciliación independientemente del precio a pagar (falta de confianza a futuro, dudas sobre la integridad de la pareja, honestidad etc.); o investigar con el cónyuge qué fue lo/la que lo/la atrajo al otro (a) para así encontrar una posibilidad de recuperación de la pareja.
2. La rivalidad con el/la amante a través de: fantasías sexuales; agresión con el/la amante; intercambio de información entre la pareja fiel con el/la amante para así revisar la validez de sus interpretaciones de la realidad de la situación y protegerse de la manipulación del infiel (aunque estos encuentros son excesivamente dolorosos para ambas partes).
3. La compensación sexual con un cuarto; es decir, para la recuperación de la autoestima la pareja fiel busca un substituto que puede ser con la intención de provocar celos, una cuarta persona con quien negociar, encontrar a alguien con el que pueda hacer alianza repitiendo así la conducta de la pareja infiel.
Melanie Klein en 1934, cuando describe la posición depresiva, dice que el bebé comienza a darse cuenta de que él está separado de la madre. Se confronta con su inferioridad y el sentimiento de envidia hacia la madre y tiene que enfrentar la frustración, la culpa y la ansiedad ante la pérdida de la madre. Para mantenerse en una posición narcisista, indiferenciada, ataca sus objetos internos lo que lo deja sumido en un mundo sin amor, que irá recuperando con los actos amorosos maternos.
Ver al hermano/a menor pegado al pecho de la madre es un factor que se encuentra conectando la envidia y los celos con el erotismo oral. Melanie Klein (“Envidia y Gratitud”, 1957) le da a la envidia un lugar central en el desarrollo de la personalidad, mismas que derivan de la descripción de Abraham sobre la fase oral.
Ver al hermano/a menor pegado al pecho de la madre es un factor que se encuentra conectando la envidia y los celos con el erotismo oral. Melanie Klein (“Envidia y Gratitud”, 1957) le da a la envidia un lugar central en el desarrollo de la personalidad, mismas que derivan de la descripción de Abraham sobre la fase oral.
La actitud del bebé hacia el pecho incluye el deseo de poseerlo ya que es la fuente de todo lo bueno, pero también para atacarlo sádicamente, devorar sus contenidos o echarlos a perder poniendo heces y orina en él. La parte destructiva de la envidia es crucial en la formulación de la teoría de Klein, sin embargo, es preciso diferenciarla del sentimiento de voracidad ya que éste tiene que ver con devorar e incorporar los contenidos del pecho, sin que necesariamente lo destruya. En la incorporación la destrucción es accidental, en la envidia es primordial, incorpora, pero no destruye ni aniquila como en la envidia. Cuando el objeto envidiado es dañado y no puede ser recibido puede resultar en un estado de privación que se convierte en voracidad.
Asimismo, Klein afirma que la excesiva envidia en la persona puede traer consecuencias profundas en el desarrollo de la personalidad. Disminuye la capacidad de goce de la persona e interfiere en la neutralización de los impulsos agresivos. También puede estar asociada a un temprano sentimiento de culpa que se convierte en un círculo vicioso de envidia, culpa sobre envidia, inhibición de la gratificación por la culpa, voracidad/culpa, entre otras cosas. Como otra manera de comprensión de la infidelidad, Klein aporta la noción de que un sentimiento de culpa temprano en el bebé con la madre puede llevar rápidamente de la oralidad a una genitalidad prematura, llevando a la masturbación obsesiva y la promiscuidad.
Pierloot (1988), por su parte, citando a Riviere, dice que ella considera los celos enfermos como un mecanismo de defensa en contra de los impulsos envidiosos, esto corresponde a la concepción de Klein (1957) sobre el desarrollo del niño. La envidia se dirige primero al objeto primario, el pecho de la madre. En la primera etapa del complejo de Edipo se dirige hacía la pareja combinada, basadas en las fantasías del cuerpo de la madre habitado por los objetos parciales pecho, pene y bebés. Los celos hasta cierto sentido sobrepasan la envidia, los sentimientos hostiles están dirigidos en contra del rival para que pueda ser preservado el objeto amoroso.
Stoller (1975) considera a los celos como un fenómeno que supone mayor madurez que la envidia porque está relacionado con la complejidad de la relación triangular con los objetos. Es un sentimiento más complejo que puede incluir a la envidia como una forma de celos. Los celos invariablemente involucran a tres o más personas. La confusión que existe entre la distinción de celos y de envidia puede ser clarificada en el siguiente concepto:
“…los celos tienen su raíz en la envidia, la envidia siempre está presente en los celos, los celos pueden esconder envidia o la envidia esconder a los celos. Esta distinción, es básica para afrontar las dificultades técnicas que pueden suscitar al interpretar contenidos preedípicos o edípicos dentro del tratamiento psicoanalítico”
En los celos, dice Glover (1949), existen dos componentes que no se encuentran en la envidia:
a) Hay una homosexualidad inconsciente, lo que provoca una fuerte tensión. En una relación de pareja existe un impulso homosexual y otro heterosexual, sin embargo, el primero es inconsciente.
b) Suspicacia, esta es una característica paranoide de las personas celosas. Esta no es un estado afectivo sino la consecuencia provocada por defensas tales como proyección, identificación proyectiva, externalización de sentimientos libidinales o agresivos.
Una pareja en una relación amorosa satisfactoria reta a la envidia y al resentimiento siempre presente en aquellos que se encuentran excluidos y aquellas agencias reguladoras y desconfiadas de la cultura convencional en la cual viven. (Kernberg, 1988).