La aproximación de Winnicott a la relación madre-bebé se inició en su trabajo como pediatra y después como psicoanalista. Su formación lo llevó a decir cosas tan importantes como: “No hay tal cosa como un bebé, si estoy frente a un bebé, seguramente estaré también frente a alguien que lo cuide”. Desde este momento todo el trabajo de este autor se desarrolló a partir de la naturaleza de la relación madre-bebé, enfocó sus esfuerzos en el desarrollo emocional centrado en la primera relación, dejó de ver a la persona como un ser aislado para verlo como un individuo en relación con la madre. Aunque no fue su intención mostrar que la relación entre el paciente y el analista es una réplica de la relación temprana entre la madre y el bebé, reconoció que el modelo de la madre suficientemente buena debe de ser llevada a la situación analítica. La función del analista es devolver al paciente lo que este trae, reflejar al paciente lo que puede ver en él.
El fenómeno transicional emerge cuando este autor da cuenta de la manera en que el bebé se separa de su madre para adquirir un sentido de self, esta capacidad de usar el espacio transicional representa la habilidad de vivir creativamente1 y de sentirse real; la capacidad para estar solo, en fin, de formar su self.
Para Winnicott, el significado de la mirada ocupa el espacio de lo intermedio, ya que para el bebé es muy importante la madre real y su posibilidad de ser un objeto consistente y confiable, pero esta mirada que va más allá de lo fáctico es la que permite al individuo ver al mundo de forma creativa, internalizando primero la experiencia de ser mirado por la madre. Esta experiencia ocurre naturalmente durante las primeras semanas de la relación madre-bebé, cuando el precursor del espejo es el rostro de la madre. Este autor piensa que el bebé depende de las respuestas faciales de la madre cuando se mira en su rostro y eso le permite ir desarrollando un sentido de self verdadero. “Sentirse real es más que existir, es encontrar una forma de existir como uno mismo, y de relacionarse con los objetos como uno mismo, y de tener una persona dentro de la cual poder retirarse para el relajamiento” (pp 154)
En la misma línea, Winnicott distinguió entre las “necesidades del ello”; es decir, los deseos pulsionales, y las “necesidades del yo”. De estas últimas afirmó que no es adecuado decir que se gratifican o se frustran, ya que nada tiene que ver con la búsqueda del placer como descarga, sino que simplemente encuentran respuesta en el objeto, o no la encuentran. Estas necesidades incluyen anhelos tales como el de ser visto, reconocido o comprendido, o el de compartir la propia experiencia subjetiva con otro ser humano. Cuando éstas no encuentran respuesta, la reacción emocional del sujeto no es de frustración, sino de vacío y desesperanza. Cuando sí la encuentran, lo que surge no es una experiencia de placer sino de armonía y plenitud.
El reconocer la importancia esencial de estas necesidades de relación objetal no supone en absoluto ignorar la vigencia de los deseos pulsionales
—sexuales y agresivos—. Estos existen, indudablemente, pero en condiciones normales sólo se manifiestan en el contexto de relaciones altamente personales. En ello está la norma es el deseo sexual como parte del amor objetal, y el deseo agresivo como parte del odio objetal, ambos indisociables de las personas a quienes se dirigen.
Winnicott nos dice que el niño mira el rostro de la madre y que en ella lo que ve es a sí mismo. El rostro de la madre ocupa un lugar importante para el desarrollo emocional del niño pues es sostenido, manipulado y se le presenta un objeto sin que por eso traspase la vivencia de omnipotencia, es decir en esta primera etapa el bebé está tratando con un objeto subjetivo, creado por él. Este autor dice que lo primero que el bebé hace es mirar la cara de la madre que funge como un espejo que permite devolverle su mirada, se ve a sí mismo a través de la mirada de la madre.
¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la madre? Yo sugiero que por lo general se ve a sí mismo. En otras palabras, la madre lo mira y lo que ella parece se relaciona con lo que ve en él. Todo esto se da por sentado con demasiada facilidad. Yo pido que no se dé por supuesto lo que las madres que cuidan a sus bebés hacen bien con naturalidad. Puedo expresar lo que quiero decir yendo directamente al caso del bebé cuya madre refleja su propio estado de ánimo o, peor aún, la rigidez de sus propias defensas. En ese caso, ¿qué ve el bebé?
Lo que dice el autor es que hay ocasiones en que la madre no puede devolver la mirada, pues el bebé mira y no se ve a sí mismo y cuando esto ocurre, su capacidad creadora se atrofia. Este fracaso materno puede llevar al infante a tratar de buscar algún significado en lo que mira hasta llegar a provocar una amenaza de caos, y la manera de mirar cambia pues ya no tiene como objetivo mirarse a sí mismo sino que se convierte en una defensa. De manera que cuando la madre no responde, el espejo es algo que se mira y no algo dentro de lo cual se mira. Winnicott llama apercepción a este proceso de verse en el rostro de la madre.
El proceso de apercepción en el cual lo que mira el bebé cuando ve el rostro de la madre es a sí mismo, le permite ir enriqueciendo su mundo de significados de manera que:
Cuando miro se me ve, y por tanto existo.
Ahora puedo permitirme mirar y ver.
Ahora miro en forma creadora y lo que apercibo también lo percibo.
Winnicott no sólo considera que el medio provee de alimentos y de una temperatura acogedora, sino también el sostén (holding) real y metafórico del bebé, la posibilidad de ser manejado por un semejante como acción específica y también la de disponer de objetos en su entorno. Es por ello que la madre suficientemente buena —tesis de Winnicott— implica una doble función: real y metafórica: la madre, o quien oficie de tal, deberá estar presente con continuidad, y ser dedicada, sensible, vulnerable, pero a la vez resistente, capaz de preocuparse por su bebé y deseante de ser comida por él. Tendrá capacidad de odiarlo sin atemorizarse al hacerlo, ya que podrá confiar en no reaccionar a consecuencia de su odio. Tendrá un comportamiento predecible, confiable, aunque no “iniciará” una acción sino que estará atenta a que su bebé lo haga, estimulando el impulso creativo (gesto espontáneo) de su hijo. La mirada al igual que el espejo, es real y metafórica, proviene de la madre y del bebé, y después de todos los otros significativos para la persona. Primero es la madre y luego la familia los que se hacen cargo de esta importante función para el desarrollo psíquico del infante. Winnicott habla también de la mirada del bebé, mira y busca encontrarse a sí mismo, aunque no siempre logra recibir lo que da. Es así como se va atrofiando la capacidad creadora del infante.
Winnicott sitúa la experiencia transicional entre la emergencia temprana de la consciencia y el sentido de darse cuenta de la otredad fuera de sí mismo. En el área transicional, el self y el Otro no son uno mismo, ni son dos, sino algo que juntos forman un campo de interacción. El centro de la experiencia transicional tiene que ver con un acomodo innato entre la creatividad del infante y el mundo. Lo transicional es un espacio de confianza en donde el bebé crea el objeto pero el objeto estaba ahí, esperando ser creado y catectizado.
M es una chica que llegó a tratamiento a los pocos meses de haber dado a luz una linda niña a la cual no podía colmar sus necesidades. M estaba abrumada por sus terribles pesadillas que la seguían de día y de noche; en ese estado le era difícil distinguir el sueño de la realidad. Un día llegó a consulta con su pequeña, había tenido una horrible pesadilla, soñó que encontraba a una mujer, la descuartizaba y después tiraba pedazos de ella por la calle. Ese día había traído a su hija a la consulta pues sentía que no podía cuidarla en ese estado y con esas fantasías. Cuando la pequeña lloraba, M no comprendía su llanto, se tapaba los oídos y si podía salir de la casa corriendo lo hacía; si no, se desconectaba dejándola inconsolada hasta que volvía a conectarse con ella. M vivió tormentosamente su embarazo: subir de peso, ver su cuerpo “deformarse”, “dejar de ser atractiva para su esposo”, todas eran preocupaciones mayores a cuidar de un bebé por primera vez. Esa mujer de su sueño, descuartizada era ella y como una manera de pegarse a sí misma se volvió fotógrafa mientras estaba en tratamiento, al principio se aficionó a tomarse fotos de ella misma, la cámara hacía la función de espejo, la paciente buscaba su imagen, buscaba que la cámara le devolviera algo de su ser, algo que su madre depresiva no pudo hacer. Aprendió a arreglar las fotografías para quitarle sus defectos, le emocionaba aparecer perfecta. Tomaba cientos de fotografías en las que se sentía hermosa, se percibía pero no se miraba, como diría Winnicott buscaba en el ambiente algo que le devolviera algo de sí. Cuando la madre no ha podido hacer su función de espejo, la persona no podrá verse a sí misma como es, estará en busca de una mirada que la integre: M era una mujer muy atractiva cuando se sentía bien, cuando no, aparecía sucia y descuidada. Estaba obsesionada con su cuerpo, quería operarlo todo, corregir su estómago y sus pechos, “volverlos perfectos”, mientras tanto jugaba con sus fotografías hasta alcanzar la imagen perfecta que buscaba, la mirada anhelada de la madre.